Carta a Antígona

Alberto Mira, Miembro de Átropos. 2021
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QUERIDA ANTÍGONA.

Lamentando tu descenso al Hades, te escribo para decirte que tu muerte no ha sido en vano, puesto que te has constituido en un símbolo de la humanidad y de la hermandad, del respeto debido a los caídos, del dolor y el sentimiento y de la piadosa reverencia a la memoria de los nuestros.

Tú demostraste siempre que poseías no sólo un gran coraje y un carácter decidido y denodado, sino también un sentido del amor filial y de la piedad muy grande. Acompañaste a tu padre Edipo en su destierro de Tebas y en su transitar por los caminos de Grecia, sirviéndole de lazarillo y compañía a pesar de todo el dolor que sentías por lo acontecido con él, por la muerte de Yocasta, tu madre, por saber que eras al mismo tiempo hija y hermana de tu padre, por su decisión de sacarse los ojos y permanecer vivo a pesar de lo cruento de su destino y de la tragedia que conlleva para él, su familia y toda su polis.

Sin embargo, tú, Antígona, hija fiel, estuviste con tu padre siempre y escuchaste sus lamentaciones y paliaste de alguna manera todo el dolor que sentía Edipo ante tamaña situación y después de acompañarlo hasta Colono donde fue su última morada, regresaste a Tebas para asistir, sin saberlo, al desenvolvimiento del destino de tus hermanos y al triste final de la casa de los Labdácidas.

Pero allí te esperaba también tu propio destino, pues después de ver como Polinices y Eteocles se mataban entre sí y con esto agregar otro dolor más a la suma que ya lamentablemente cargabas y de saber que el cadáver del primero quedaría expuesto a los animales de carroña, que sería pasto de los perros y los lobos y no tendría el honor de recibir los ritos funerarios necesarios a los muertos, no pudiste permitir esto y te enfrentaste a la ley de tu polis que prohibía rendir ese culto, por considerar traidor a Polinices al haber llevado la guerra a la ciudad.

Tu misma, sin contar con la ayuda de tu hermana Ismene, acudiste a honrar a tu hermano fallecido, a ungirlo y darle una sepultura para que fuera bien recibido por Hades, el señor de los muertos; sabiendo que con esto te exponías a ser castigada por violar la ley que en Tebas imperaba.

Pero nuevamente tu amor filial, tu sentido de hermandad y tu coraje se impusieron y sabiendo que estaba en juego tu vida no temblaste, sino que de modo reiterativo honraste el cuerpo sin vida de tu hermano.

Aquí se selló tu destino, pues Creonte, el nuevo rey de Tebas, la de las siete puertas, el hermano de tu madre, te condenó a muerte por haberte negado a acatar su edicto prohibitivo; pero tú defendiste tu decisión y no retrocediste ni te arrepentiste de tu proceder, ni mostraste miedo, Antígona valiente, sabiendo que morirías, no temblaste. Y antes bien, fuiste tú misma quien puso fin a tu existencia, indignada por esa cruel condena y sabiendo que con ello renunciabas al amor, al himeneo y a todas las vicisitudes de la vida, siendo tan joven.

Pero no fue tu muerte un suicidio exactamente, fuiste ya asesinada por tu sociedad al condenarte por violar una ley de la polis, cuando tu comportamiento fue de total piedad y era lo que tu corazón te decía  que hicieras; como hermana y como mujer no podías dejar de hacer lo que hiciste, era, más que tu deber, tu querer, tu realidad, puesto que entendías que más allá de la ley de las polis, del estado, de los hombres, existe la ley ancestral de honrar la vida y la muerte, de respetar los ritos fundamentales que nos unen a los dioses y a todo lo existente.

Te honraremos y recordaremos siempre a la gran Antígona, heroína de la humanidad.

Tu tragedia es de algún modo tu victoria.