La influencia del universo trágico en la reciente novela de
Philip Potdevin. La sembradora de cuerpos, editorial. Seix Barral, 2019
Una novela que exalta la vida y denuncia la violencia a través de sus personajes en medio del canturreo de las aves con el resonar del río.
Por Daniela Castaño Molina, Miembro de Átropos, 2019
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Por el pueblo Las Brisas, pasea Coronado con un costal sobre sus hombros. Dentro de este van los miembros de los cuerpos inertes que recoge del río con su caminar silencioso; va causando terror entre los habitantes del pueblo, que lo acusan de haber convocado a la muerte con tales actos. Frida, una heroína que va descubriendo su destino entre la violencia y la magia, ha nacido, sin saberlo, para ser la heredera de una tradición antigua, mística y defender el lugar donde dio sus primeros pasos entre las aves, el río y los árboles, en un pueblo que parió a sus habitantes, ya que de su tierra emergieron con vida sus primeros pobladores de la misma forma en que crecen el maíz, la yuca y los plátanos. Los destinos de estos dos habitantes de Las Brisas se encuentran para sembrar la vida.
En Las Brisas, con el canto de las aves bajo el sol ardiente y los matices del color verde, se recrea el paisaje interior de Frida, no ajeno al ser humano, donde habita la desdicha, el deber, la emoción, la indecisión, las creencias y las tradiciones de aquella tierra que la ha nombrado, otorgándole un contexto que la confronta.
“¡Esta tierra es mía, esta tierra es de la madre!”, pregona un coro dirigido por la que podría llamarse la sacerdotisa Ña Ge, una mujer que preserva la memoria mítica del pueblo y que, además, sabe acerca de las artes adivinatorias; el coro trágico estremece a los habitantes del pueblo y a los del agua, bajo un cielo adornado con el canto de las aves y con el movimiento de las corrientes del río que, al igual que la vida, trae la muerte a las orillas del pueblo. El cielo, el río, los animales y la vegetación son testigos de los acontecimientos que atraviesan sus personajes, entre ellos, Coronado y Frida.
Penas se alzan en el corazón de los habitantes de Las Brisas; es la sangre y no el agua la que riega sus cultivos a causa del desmesurado deseo de tener el poder, quienes por su pensar y obrar no es conveniente que lo posean. Las Brisas se convierte en el nombre universal que podría servir para llamar a cualquier pueblo o ciudad colombiana que haya vivido el conflicto armado y que sus habitantes hayan sido forzados a un desplazamiento. Los pobladores de Las Brisas son obligados, bajo las órdenes de Farfán, a caminar errantes y desterrados, dejando atrás la tierra donde nacieron. Solo un espíritu con determinación valiente como el de las aves cuando están aprendiendo a volar podría quedarse en un lugar donde la sangre y los muertos comienzan a ser más abundantes que la hojarasca. Todo ante los ojos de Frida; es un paisaje desolado, pero que no quebranta su espíritu, y decide quedarse, no más que con un vestido de mariposas que pronuncian el nombre de Milagros.
La sembradora de cuerpos o Lo bonito es estar vivo fue la primera novela breve publicada por el escritor que vio nacer la tierra de Cali, Philip Potdevin; a través de una narrativa construida bajo imágenes poéticas profusas de descripción en sus paisajes, y en lo que allí se encuentra, el autor retoma y adapta para nuestro tiempo dos elementos del argumento de una tragedia del periodo clásico de Grecia: Antígona de Sófocles; una heroína que defiende su deseo de enterrar a su hermano Polinices, aunque esto vaya en contra de las leyes impuestas por Creonte, gobernante de Tebas, e implique para ella comprometer su propia vida. La obra, La sembradora de cuerpos, al igual que Antígona, enaltece la vida y propone la conservación de la memoria de los seres humanos, aun después de que su hado haya llegado a su fin.
La influencia del universo trágico en la obra de Philip Potdevin se evidencia a través de dos elementos; el primero está enmarcado en la figura de Antígona, que puede compararse con Frida en que ambas han padecido unos acontecimientos dolorosos a causa de la ὕβρις (hybris) de quien desean tener el poder; además, tanto la heroína sofocleana como Frida, defienden una ley natural, presente en la raza humana, inscrita de diversas formas en la sociedades y en la historia, pero que se inscribe en el ritual hacia los muertos; en el caso de Antígona, dar sepultura a uno de sus hermanos, traidor para Tebas, que puso en peligro a su propia patria. Esta heroína se propone defender la ley natural que posee elementos de lo divino: despedir a su hermano a la lumbrera del hades con los correspondientes ritos del contexto; llevar todo esto acabó, por encima del mandato de Creonte que prohíbe enterrar al traidor, éste, quien representa la ley creada por los hombres, que superior es a Antígona, en su condición de mujer y de habitante de Tebas. En la obra de Philip, Frida, aunque su destino no está marcado por una estirpe como la de Edipo, carga con los acontecimientos desgarradores de la violencia. Frida y Coronado, dos elegidos para prolongar una tradición en la que entienden el lenguaje de las aves, como oráculos que anuncian y acompañan a los poetas, se quedan en una tierra desierta para sembrar cuerpos; bella metáfora que implementa Potdevin en esta obra para indicar la labor de Frida y Coronado, que es recuperar los cuerpos en las aguas caudalosas del río, que traen sin nombre, ni historia, salvo una en común: la violencia.
Frida y Coronado al bautizarlos, nombrarlos bajo el recuerdo de conocidos, darles una historia construirles un paisaje para la muerte, con un destino mejor, ponen sus cuerpos a salvo de las piedras afiladas y de la corriente escabrosa del río, gracias al rito fúnebre que realizan; ahora están bien protegidos por la tierra de Las Brisas, la madre que los recibe. Frida sabe que sembrar cuerpos es sembrar vida y preservar la memoria; la madre tierra los acoge, hace brotar alrededor de ellos la vegetación como una hojarasca que los protege, en circunstancias diferentes, pero cercanas a través de la literatura comparada. Frida y Antígona son dos heroínas que protegen las leyes humanas, son continuadoras de la tradición al culto fúnebre y a la memoria, en el caso de la heroína de Sófocles en la cultura griega los muertos, gracias a los ritos, se consagran como los dioses del oikos (casa). Ahora bien, en la novela del escritor caleño considerando a Las Brisas como denominación para Colombia, Frida ayuda a construir la memoria de un país que aún continúa desangrándose por la violencia.
El segundo elemento pertenece al universo trágico, Jacqueline De Romilly, estudiosa del mundo griego antiguo, a través de su obra La Grecia antigua contra la violencia, expone cómo esta cultura, a través de la tragedia, denuncia los hechos violentos que se evidencian en la Antígona de Sófocles cuando ocurre la muerte de los dos hermanos en brazos de ellos mismos; el suceso es narrado por el mensajero y se esconde ante los ojos del espectador. Una forma de denunciar la violencia es no representarla en un hecho teatral directo, en la obra se desarrollan detrás de escena, son mencionados por un personaje, como puede ser un mensajero. Esta característica de la tragedia griega clásica se encuentra en la obra de Potdevin que, en la necesidad de denunciar la violencia que ha vivido Colombia, decide aprovechar los elementos de la descripción en el paisaje y las aves, en vez de la minuciosa descripción en los actos violentos, es decir, Potdevin no describe de forma detallada los episodios violentos con el objetivo de denunciarlos al no perpetuarlos e inmortalizarlos con sus letras.
La sembradora de cuerpos, obra que comparte la ficción y la realidad, exalta la vida y denuncia la violencia, enfrentando al lector a un paisaje, al canto de las aves, que nos sumerge en la majestuosidad y el enigmático poder de la naturaleza que nos recuerda lo bonito de estar vivos y que ser feliz es ser feliz, a pesar de todo.