Los Siete Contra TEBAS
de Sófocles
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En la primera intervención de Eteocles, hijo de Edipo y sobrino de Creonte, arenga a los soldados a defender la ciudad de Tebas, aclara que la divinidad está a su favor, no suplica sino que lo afirma, esta contundencia implica una seguridad casi absoluta en poder ganar la guerra contra su hermano Polinises, hijo también de Edipo; se puede hablar en este caso y hacer el símil entre Caín y Abel, los hermanos que menciona la biblia, y que en la actualidad se renueva esta relación de manera constante, no sólo entre hermanos sino en otros posibles escenarios de la vida política y social de algunas comunidades. Después viene el coro a suplicar a los dioses, en especial a Ares para que no permita la caída de la ciudad, aquí se puede ver claramente el terror que sufren los ciudadanos, el miedo y la zozobra ante la inminencia de la guerra que se avecina; se recurre a ellos, a los dioses porque cada uno de ellos cumple una función vital y única para la defensa de la ciudad.
Así el coro se dirige a ellos, son personas que suplican y claman la protección, el coro anuncia a través del sonido de los carros y del murmullo, la cercanía del ejército de Polinises, no se dejan ver las huestes, se hace referencia, de este modo el espectador se forma una idea aproximada de la magnitud del desastre y del ejército que lo llevará a cabo. Sin embargo, Eteocles reprocha al coro su actitud suplicante, esto da cuenta que es más razonable enfrentarse en cuerpo presente a la lucha, las súplicas y ruegos en este caso no son tan poderosas como la lucha misma que garantiza, si no la victoria, por lo menos es la reivindicación del hecho mismo de la defensa.
Veamos entonces la posición de ellas, “Pues la mujer, cuando es dueña de la situación, tiene una audacia que la hace intratable; y, en cambio, cuando es víctima del miedo, constituye un peligro mayor para su casa y para el pueblo”. En el anterior pasaje Polinices exalta a la mujer, definiendola como ser fuerte cuando es dueña de sí misma, si el miedo aparece controla y a la vez se vuelve huraña, los humanos se vuelven peligrosos, pues las reacciones son impredecibles, con esto se refiere a a la misma ciudad, es una metáfora de lo que deben hacer los ciudadanos, por su ciudad y la defensa de la misma.
Y después el mismo luchador aparta a las mujeres como factor de riesgo, son los hombres quienes deben luchar, ellas son “delicadas” y se deben proteger, pues en parte de ellas depende la prolongación de la especie. En las réplicas Eteocles reprocha al coro la actitud temerosa y negativa que infunde miedo al resto del pueblo, el valor no se mide encomendándose a los dioses, se mide confrontando el hecho.
El mismo Eteocles recomienda asumir la derrota en silencio, aceptar el destino y la decisión tomada de defender la ciudad, el miedo en este caso es signo de debilidad. Eteocles recomienda no encomendarse a los dioses para pedir su protección sino más bien para que defiendan, como lo hacen los humanos a la ciudad, no se trata de pedir protección y quedarse quieto, es más loable pedir ayuda para enfrentar el peligro. Las mujeres se lamentan a través del coro de la situación en la que quedarán si llega a ser vencida la ciudad, es decir pasarán a ser botín de guerra y serán esclavas. Es un temor que se expresa y define la situación en derrota de una ciudad.
Cuando los guerreros son anunciados por el mensajero, después de describir los símbolos de los escudos, Eteocles de forma contradictoria antepone a los defensores de las puertas a los mismos dioses, cuando antes había rechazado las súplicas del coro en ese sentido. El los invoca como aliados y no para solicitar protección, esa es la diferencia con el coro cuando acude a los dioses.
Después que el mensajero anuncia a los luchadores apostados en cada puerta y la forma como los enfrentará Eteocles, finalmente este, el mensajero, anuncia que la séptima puerta está ocupada por el mismo hermano de Eteocles, Polinices, este es el summun de la lucha, casi como Caín se enfrenta con Abel, en el hecho bíblico, las peleas de hermanos sea por envidia, dolor, ambición, terminan enfrascados en una lucha sin sentido para el pueblo, el ansia de poder y el mando, que en este caso no puede quedar en manos de ambos, solo uno será el ganador y será coronado rey.
El coro advierte que la venganza no tiene fin cuando se trata de hermanos, y la vejez no llegará para ninguno, ni la familia se reivindica de este modo, el coro suplica que pare la lucha fratricida.
Eteocles es consciente de la maldición de Layo sobre su descendencia, él sabe, como Edipo en su momento, que la desgracia no cesará hasta que todos los descendientes estén muertos.
El coro en este verso vaticina el fin de Antígona:
“Luego que hayan muerto dando y recibiendo la muerte
con sus propias manos, y que el polvo de su propia tierra
haya bebido el negro cuajaron de la sangre del mutuo homicidio,
¿Quién podría suministrar las purificaciones?,
¿Quién podría purificarlos?”
De este modo se va cumpliendo el destino de cada hijo de Edipo y Yocasta, los dioses castigan a través de su descendencia a Layo quien desobedeció y engendro un hijo, que a su vez engendro con su madre cuatro hijos-hermanos, muestra fehaciente del “pecado” del incesto y la desobediencia a los designios divinos.
Finalmente aparecen Antígona e Ismene para definir el destino de los cadáveres de sus hermanos, allí Antígona toma la decisión de enterrar a su hermano Polinices, en contra de los designios de los gobernantes, anuncia su muerte y la va a cumplir a costa de todas las prohibiciones.