Para Gea, la madre,

de quien surge todo lo que crece

Por Valeria Isaza Jiménez, miembro de Átropos
Medellín, 2019
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valerysaza@gmail.com

¡Oh, divina diosa por los mares vestida!
Cuyos montes y cerros son tus pechos
Oh esposa de la divinidad, te reverencio
Tolera por favor mis pies,
que sobre ti caminan.
Oración pronunciada durante ceremonias de fuego Védico.

Tierra de anchos caminos, de cuyas entrañas engendraste el día, y el estrellado cielo alumbraste. Montañas y bosques emergieron de tu vientre, y adornaron tus valles, tus cordilleras y serranías. Ríos y mares te visten y te adornan. De todas las divinidades, y de mí misma, eres el origen. Por esto, y mucho más te reverencio. Acudo hasta ti, te escribo, he venido a hablarte del amor que palpita en mi pecho.

He venido escuchando el caminar de mi corazón, he intentado reconocer que es un caminar pausado y silencioso. He tratado de caminar en silencio, sintiéndome menos sola, acompañada por el canto de tus pájaros, y el aroma de tus bosques. He andado por tus cerros, me he recostado en las orillas de tus ríos, te he escrito versos adornados por el sol y, bañados por la lluvia que cae serenamente sobre mi rostro. He hallado al amor entre tus piedras. No. El amor me ha hallado a mí, sin yo buscarlo siquiera. Y lo ilumina todo.

He pronunciado los nombres de la divinidad entre un fuego que no se extingue; fuego que se ha transformado en humo y que llevo en mis vestidos, y en mi corazón.

Me postro ante ti, y te canto, como quien se tiende al lado de quien ama, recuesta la cabeza sobre su regazo, e implora porque le acaricie los cabellos. Oh madre, toma con dulzura mis cabellos entre tus manos. He venido a descansar en ti. He venido a ofrecerte mi silencio, que es lo único que tengo.

Pero aún temo, Madre, cada vez menos, pero aún existe carencia en mi corazón. Camino por tus bosques, alrededor de tus ríos para que me enseñes, para que me enseñes la libertad que amar implica. Ya no me siento sola, madre, ahora tengo plena confianza de que todo aquello que tengo para ofrecer arribará a un buen puerto, que no es otro destinatario que tú misma: aquella que sabe cuidar con esmero de todo aquello que lentamente va floreciendo en mi corazón. También creo entender, en el sonido del viento, en todo aquello que me cantan tus riachuelos y tus arroyos, que quien tiene que cuidar de lo que en mi corazón florece, además de ti, no es otra persona que yo misma. Y que siempre que desee entregarle a alguien diferente mi corazón, como bien me lo dijo una vez un mensajero que tú me enviaste, debo preguntarte a ti, madre, debo preguntarle a la tierra. Y tú, divina diosa, sabrás darme respuesta.

Tu naturaleza no conoce de apegos, y de ellos quisiera desentender a mi corazón. No quiero que me siga hiriendo la distancia. Existente o inexistente, quizá, inventada. Por eso, Madre, caminando tus caminos, mi corazón palpita más dulce, la cercanía se siente, y la quietud se ensueña.

Mariposas amarillas ahora inundan mis caminos. Y puedo sentir como poco a poco, rama por rama, el amor va haciendo un nido en mi pecho.