TEATRO Y MEMORIA
"drama y trama de la vida"
Por Alberto Mira, miembro de Átropos, 2021
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“El teatro es el lugar en el que el pasado se hace presente en todo su esplendor
tridimensional, es el espacio en que ese tejido de citas provenientes de los mil focos
de la cultura, cobran vida frente a nuestros ojos en una “tapicería de fantasmas”.
Roland Barthes.
Desde tiempos inmemoriales, los pueblos, a través de la palabra, los gestos o la danza, recuerdan sus hechos pasados tanto míticos como históricos, en un afán por conservar en la memoria individual y colectiva sus raíces y no dejar que el olvido haga perder lo pasado, pues este es génesis del presente y proyector del futuro. La memoria permite no solo no olvidar, sino re-crear lo pasado para revivirlo y desde allí convocar a afianzarlo cuando los hechos son arraigo para los pueblos, o a superarlos cuando han sido desligadores o rompedores de la armonía social.
Estas acciones convertidas en expresiones, se volvieron arte, creación y se desdoblaron en poesía, canción, épica, literatura, teatro, danza, mímica. Para los griegos las creaciones estaban representadas por las musas, diosas inspiradoras, cuya madre había sido Mnemosine, la memoria, Madre incluso de las ciencias y de la misma historia, porque es nieta de Cronos, el tiempo y protectora de la sabiduría. Ella restituye lo que ha pasado, ligando presente y pasado. Para los Chibchas era Sie (La madre agua), quien gobernaba el fluir del mundo e invitaba a caminar en el tiempo.
Ya Homero y los aedos, cantores que se acompañaban de la cítara, instrumento de Apolo, protector de las artes, cantaban y recitaban los hechos del pasado y en sus voces eran rehabilitados, recordados, reconocidos y revividos por los oyentes que de esta manera mantenían viva la memoria de su pueblo y se reconocían miembros de una misma historia. Leemos en la Odisea como Demódoco, el aedo, cantó hechos de la guerra de Troya, trayendo a la memoria de Odiseo tales hechos y haciéndole llorar; porque la memoria es emoción, sentimiento, siendo esto lo que permite que una y otra vez se quiera revivir, volver a vivir, ya sea como hecho catártico o como acicate para no olvidar. Y en África, los Griots, hombres y mujeres, que eran considerados filósofos, poetas, historiantes, recitadores de leyendas, cantaban las historias de los grandes reinos, del Congo, de Malí, de Gambia, de Malinke, de Malawi, de los reinos Mandingas, yendo de aldea en aldea, de tribu en tribu, entrelazando las memorias, pues eran Jails, “mantenían la continuidad con el pasado”. Los Griots perviven todavía en las comunidades de África occidental.
El teatro no ha sido ajeno a esto, al contrario. Desde sus orígenes en la misma Grecia, como arte dramático, ha sido teatro de la memoria. Las tragedias traían al presente las épicas mitológicas que los dramaturgos a través de la “mimesis” convertían en representaciones donde toma forma el protagonismo humano y sus vicisitudes; actualización del pasado, recreado en el “lugar de la representación”, el teatro, verdadero templo de conocimiento y educación; lugar cuasi sagrado para los griegos consagrado a Dionisos, el dios que religa, que une rito y fiesta, que convoca a la “mimesis”. Unían allí mitología e historia en algo singular, memoria viva, pedagogía.
Shakespeare, el gran bardo, hace también teatro de la memoria, teatro histórico con sus obras sobre los reyes de Inglaterra o de Dinamarca e igualmente en las obras sobre Grecia, Roma o Venecia. El poeta sigue cantando y contando hechos del pasado para que no mueran en el olvido del presente, en un teatro vivo, lleno de emociones, diálogos profundos y creatividad escénica.
Autores modernos como Schiller, Anton Chejov, Bertol Brecht, Peter Weiss, Federico García Lorca, Dario Fo, entre muchos, hicieron teatro de la memoria.
Teatro como arte que une pasado y presente, para re-crear y hacer. Y por su manera de expresarse, donde el cuerpo, la palabra, los gestos, el escenario, la música, se unen para confabular una historia, arte que permite poner al alcance de los espectadores los símbolos y los significados, los sentidos y los modos en que la cultura se manifiesta.
El teatro en Colombia se mantuvo desde sus inicios influenciado por la herencia española y desde los años cuarenta del siglo pasado se caracterizó por el montaje de las grandes obras del teatro europeo. Pero después de los graves acontecimientos que desangraron al país, conocidos como “época de la violencia”, del clima social por el que pasaba Latinoamérica y el mundo, con hechos como la “revolución cubana” o el “Mayo del 68”, los autores y directores empezaron a fijarse en el contexto social y político y a finales de los años sesenta y en los setenta, surgieron obras que reflejaban hechos acontecidos en esos años pasados; surge así un teatro de la memoria en Colombia.
Obras como El monte calvo de Jairo Aníbal Niño (1966), historia basada en la guerra de Corea, en la cual participaron tropas colombianas; Los papeles del infierno de Enrique Buenaventura (1968), obra en cinco piezas que recrea hechos de esa época violenta del país, enmarcados en su contexto político; Nosotros los comunes (1972), montaje colectivo del Teatro La Candelaria de Bogotá, que recreaba la Revolución de los Comuneros; Guadalupe años sin cuenta (1975), igualmente creación colectiva de La Candelaria, que evoca el levantamiento armado en los Llanos Orientales en los años 50 y el asesinato del líder Guadalupe Salcedo después de firmar un cese al fuego con el gobierno nacional; o La agonía del difunto de Esteban Navajas (1977), sobre el despojo de tierras a los campesinos en la Costa Caribe; muestran las nuevas búsquedas hacia un teatro propio, un teatro nacional y como ellas son puestas en escena de acontecimientos de la historia del país, son obras de memoria. Traen a escena hechos pasados, lejanos o recientes, pero que la historia oficial ocultó o contó de una manera sesgada.
“Guadalupe años cincuenta” es un ejemplo palpable, muestra lo sucedido con las guerrillas del Llano, en especial con Guadalupe Salcedo, montaje colectivo a partir de una investigación hecha por los integrantes de La Candelaria que se fueron a los Llanos Orientales y hablaron con personas que vivieron esos hechos, reviviendo su memoria, para luego contarla a los espectadores a través de un montaje vivo, levantando el manto del olvido que la historia oficial había echado sobre esta parte de la historia de Colombia; es la reivindicación de la memoria colectiva como hecho político. Esta obra fue premonitora de lo que vivimos actualmente con la firma de los acuerdos de paz con las FARC, de como no han sido cumplidos por el gobierno y como han asesinado a muchos de los excombatientes, tal cual sucedió con Guadalupe Salcedo. El teatro enlazador de pasado y presente, memoria viva que nos impele a repensar nuestra historia y como vamos a superar la espiral de la violencia que nos asola desde hace tanto tiempo.
Otras obras para destacar son Soldados de Carlos José Reyes, Bananeras del Teatro Acción de Bogotá, sobre la masacre de las Bananeras ocurrida en Ciénaga, Magdalena en 1928; La denuncia, de Enrique Buenaventura y El sol subterráneo de Jairo Aníbal Niño. Todas ellas evocadoras de memoria histórica de un país que se resiste a olvidar y que el teatro convertido en teatro político sirve como dispositivo para que el olvido no permanezca y las voces de las víctimas se sigan escuchando.
En años recientes se han hecho otras muchas obras de memoria. Podemos destacar otro montaje colectivo, como todos los suyos, del Teatro La Candelaria de Bogotá, se trata de “Camilo”, que evoca la vida y muerte de Camilo Torres, el llamado cura guerrillero, verdadero héroe trágico de nuestra historia, memoria de una época especial por la que pasó el país cuando la “Revolución” se sentía a la vuelta de la esquina y “Antígonas, tribunal de mujeres” de Carlos Satizábal, obra que re-creando la tragedia Antígona, trae a la memoria la tragedia de las mujeres colombianas víctimas del conflicto armado, la obra propone “una memoria rebelde, resistente y polifónica. Una polifonía de voces y de lenguajes que derrota la desmemoria y la dominación”, en palabras del autor.
En Medellín, entre otros, tenemos al maestro Gilberto Martínez (1934-2017) quien hace un teatro de la memoria a partir de hechos históricos y de hechos cotidianos, la “memoria como arma para seguir viviendo”; obras como El grito de los ahorcados”, basada en la revolución de los comuneros; “Manuela, la mujer… guardiana insepulta del amor huracanado” sobre Manuelita Sáez, la compañera de Simón Bolívar; “Francisca o quisiera morir de amor”, sobre un hecho del Medellín colonial y religioso; “La ceremonia”, memoria de una familia europea; “Rapsodia de cuchillos y perros o Tragicomedia del mestizaje”; “Zarpazo”, sobre hechos acecidos en la Universidad de Antioquia en 1973, cuando asesinaron al estudiante Luis Fernando Barrientos; “Deliquios del amor y la locura”, sobre el suicidio de una modelo en Medellín; es teatro recreador de acontecimientos sociales, vueltos dramaturgia pero que hacen pervivir esos hechos como vivos y presentes y parte de la memoria colectiva.
Martínez cita una entrevista que le hacen a un campesino en 1971 partícipe de las luchas por la recuperación de tierras por parte de la UNUC (Asociación de Usuarios Campesinos) y que con otros compañeros habían montado una obra de teatro llamada “Nuestra lucha”, al preguntarle por qué habían montado esta obra, el campesino respondió “creemos que es una forma efectiva de recordar nuestras luchas y además educar para ellas”. Está aquí resumido como el teatro es memoria y esa memoria sirve para educar, como desde la antigüedad ha acaecido.
Daniela Castaño Molina en su texto “La enseñanza de la filosofía a través del teatro” lo expresa muy bien: “el campesino en su respuesta señala uno de los elementos representativos del teatro en occidente, una producción dramática hecha con uno de sus propósitos de recordarle al pueblo sus luchas, hazañas y demás preocupaciones que el teatro las pone en escena a través del lenguaje”.
En el momento actual tenemos dos obras que siguen evocando la memoria porque ella siempre está y estará. Una de ellas que está en su montaje es “1996 Altavista” de Daniel Baena, joven dramaturgo de Medellín, que recuerda la masacre cometida por paramilitares en el corregimiento de Altavista, en el año de 1996, donde fueron asesinados muchos jóvenes.
La otra, de reciente presentación es “La resurrección de los condenados” de Misael Torres y Juan Carlos Moyano con un elenco de varios grupos teatrales, en ella se toca la historia reciente del país que ha sido la historia de siempre, la historia violenta; en un montaje plástico donde la música y la danza también participan de manera especial, los actores recrean esa historia a través de personajes de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, donde Úrsula Iguarán, la “abuela de las abuelas”, es la memoria que quiere resucitar, es Colombia en toda su historia trágica, es la madre de todos los desaparecidos y de los jóvenes asesinados, de los llamados falsos positivos, de los líderes sociales muertos. Esta obra nos recuerda como nos desangramos desde hace tanto tiempo y llama a que invoquemos a todos esos muertos y junto con ellos resucitemos este país yerto, hecho cementerio y lo hagamos casa viva para todos y todas, un país en paz, en paz liberadora con justicia social.
Teatro y memoria, el teatro como dispositivo para evocar lo pasado, lugar donde este se hace presente y no deja que el olvido total lo sucumba, pues hay cosas que se olvidan o que deben olvidarse, pero este no puede tapar toda la historia y más cuando se pretende taparla de manera cínica por los perpetuadores o los hijos de los perpetuadores de hechos violentos de esa historia, para no pagar sus crímenes, como sucede en Colombia o creando falsas memorias; el teatro es entonces resistencia viva contra esa pretensión de olvido, protagonista esencial en la “batalla cultural y jurídica” que se libra en el país por la verdad histórica, por el esclarecimiento y por la justicia.
Teatro y memoria siempre presentes, drama y trama para tejer vida.
Referencias
Arango, Delgado Carolina y Palacios Soto, Carlos Mauricio. (2019) Bestiario Muysca. Bogotá. Karmao
Borrás Xavier. (2009) Notas para una aproximación histórica al teatro colombiano.
Castaño Molina, Daniela. (2019) “La enseñanza de la filosofía a través del teatro”. II simposio Internacional RAIS, cultura solidaria e innovación. Universidad Luis Amigó.
Díaz Jaramillo, José Abelardo. (2021) Dramatizar la historia, evocar la memoria: Guadalupe años sin cuenta y el teatro de La Candelaria. Revista CEPA. 32.
Henríquez Puentes, Patricia y otros. (2017) Dramaturgias de la memoria del teatro contemporáneo de Concepción. Nueva Revista del Pacífico, 66